Cualquier espectador de cine, ya sea español o americano, del norte o del sur, sabe quién es Antonio Banderas: es el gato con botas de ojitos tiernos («Shrek»), el zorro enmascarado de mil aventuras, y el malagueño más universal y sexy, y desde ya, Salvador Mallo. Y, aunque no lo sabían, es un actor negro. Esa historia, que fue rápidamente corregida, viene del comentario de prestigiosas revistas americanas como Deadline o Vanity Fair de que Banderas era «uno de los dos actores de color (negro)» candidato a los Óscar. Acertaron con la afroamericana Cynthia Erivo, pero Banderas, todo él, como el público ha visto muchas veces es blanco, salvo cuando se tuesta al sol de su casa de Marbella. «Es como el último chiste que te han contado; me lo he tomado con humor, porque es que no me lo podía creer cuando lo leí en el periódico», dijo al respecto Pedro Almodóvar, para quien el comentario «no dice nada bueno de los medios americanos. Hay gente cateta en todos los lugares, incluso en Hollywood».

Un racismo enquistado que viene de siglos atrás. Para el director Santiago Zanou, nacido en Carabanchel (Madrid) de padre africano, sólo hay un modo de entender que le llamen ´negro´.

«La cosa es qué significa ser blanco; desde el punto de vista del Ku-Klus-Klan, una sola gota de sangre negra significa que esa persona ya no es blanca. Pues creo que los españoles esa gota la gran mayoría la tenemos, como mínimo una, así que desde ese punto de vista todos somos de color, excepto algunos a los que les deberíamos preguntar si son racistas», ironizó el realizador de «El truco del manco».

Aunque Banderas no ha dicho nada al respecto, en la intimidad probablemente se habrá reído y habrá soltado algún chascarrillo andaluz, que le brotan de forma tan natural.

Pero ya lo dijo Claude Chabrol: «La inteligencia tiene sus límites, la tontería no».

Fuente: EFE

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