El Juglar de la Red

Por Rafael Cano Franco

No es un secreto que empecé mi carrera como reportero en el semanario Primera Plana, llegué ahí no por un accidente, sino por una afortunada coincidencia. El maestro Francisco Javier Ruiz Quirrín me ofreció un trabajo y al mismo tiempo una beca para estudiar periodismo en la Universidad Kino.
Éramos una redacción muy joven, todos de incipientes carreras: Armando Vázquez, Jesús Ruiz Gámez y yo, pero había otras plumas que nutrían de opinión las 32 páginas que semanalmente se debía llenar con un buen reportaje, una buena crónica o una entrevista que tuviera impacto, trabajos periodísticos que llevaran “carnita”.
Nuestra sala de redacción y planeación del trabajo semanal iniciaba los jueves a las 8 de la noche, una vez que empezaba el tiraje de la edición semanal que saldría ese viernes. Era los jueves y en el estacionamiento porque hasta ahí llegaban amigos, políticos que al calor de las cervezas nos daban luces, “tips”, llevaban temas que podíamos investigar.
A esas reuniones siempre se unía Ruiz Quirrín, pero lo hacía un poco más tarde porque su columna era lo último que se esperaba para iniciar el tiraje de la edición. Llegaba como uno más, con el cargo de director, pero también como un amigo, como alguien a quien debíamos escuchar, pero con quien podíamos debatir.
Y así era, en no pocas ocasiones hubo discordancias y largas alegatas sobre la credibilidad o la honradez de tal o cual político, posturas sobre los temas del momento donde podíamos diferir de la opinión del director e incluso hasta mofarnos y a partir de eso lograr los acuerdos para sacar la próxima edición con nuestro trabajo asignado.
Ruiz Quirrín aguataba todo, nos escuchaba a todos y en no pocas ocasiones fue avasallado por las opiniones de los demás, pero eso ni le restaba autoridad ni lo hacía menos como director; por el contrario al escucharnos argumentar nos estaba dando herramientas para el debate periodístico, para defender nuestros puntos de vista, nos daba elementos de trabajo muy valiosos que permitían a aquel puñado de muchachos ir vislumbrando de una manera diferente la actividad política y entender a los personajes que en ella sobresalían.
En lugar de desmerecer su posición de director y dueño de Primera Plana, se ganaba el respeto y la admiración. Escuchábamos a otros colegas, de otros medios, narrar que ellos no podían contradecir a sus jefes, menos diferir de sus opiniones y en nuestro caso nos daban pase para la irreverencia, para no aceptar la pontificación de nadie.
No hubo un tema que Ruiz Quirrín nos vetara, no hubo un reportaje con sustento que no se publicara; no hubo una crónica que se quedara a medias o una entrevista a la que le cortáramos alguna de las partes porque podía incomodar a alguien. Sí hay pruebas se publica; si esa es la visión del evento se crónica y si lo dijo el entrevistado es su responsabilidad, así era la consigna.
En mis casi quince años en Primera Plana, escuché historias extraordinarias, Ruiz Quirrín era generoso y nos compartía sucesos que no publicaría porque simplemente no tenía los elementos o las fuentes precisas para darle sustento en ese momento.
Pero ávido, las fue hurgando al paso de los años, fue desenterrando con prodigiosa memoria muchos de esos sucesos y los fue documentando, fue dando forma en su cabeza a una parte de la historia de Sonora y cuando todo lo tuvo comprobado esperó pacientemente para entregar esas historias en un libro que tituló “Testigo de primera mano”.
Ayer presentó el libro, ante un auditorio lleno de amigos, de admiradores, seguidores del periodista y de la persona, faltaron muchos, pero estaban los que debían estar.
Al abrir las primeras páginas y empezar a leer, de pronto recordé muchos de esos relatos que surgieron ahí en el estacionamiento, historias que en aquel momento parecían de ficción; sucesos y decisiones que conocimos a trasmano gracias a la narrativa que en ese momento nos hizo el maestro Ruiz Quirrín y las cuales, en no pocas ocasiones, pusimos en duda.
Pero resultaron verdad, al paso de los años el compromiso del reportero por corroborar todo aquello fructificó, se plasmaron en un libro, que no es solamente historia, es periodismo puro.
Y es aquí donde toma importancia la escuela de la que uno proviene, en una profesión monetizada en extremo, donde todo se mide de acuerdo con el convenio que se logra; queda claro que lo importante es trascender, ser diferente, hacer que las cosas sucedan; darle luz a la historia con el periodismo.
Ruiz Quirrín es un maestro, pero de los viejos, de eso que no te enseñan, pero te obligan a sacar tu potencial, te explotan el intelecto para ver hasta donde das, te guían sin darte la dirección, esa la tiene que encontrar el reportero; es un maestro del periodismo no porque Primera Plana sea un salón de clases, más bien porque es ahí donde la vocación del reportero se forma, se fortalece en base a principios y valores que no se plasman en un documento, pero que se tatúan en la piel.
En no pocas ocasiones le escuché hablar de la misión histórica que cada uno tiene y siempre le reclamábamos que, con su potencial, le estaba quedando a deber a esa misión histórica propia; que era hora de sacar todo lo visto, escuchado, los testimonios de primera mano y estos se plasmaran en una obra.
Finalmente, con “Testigo de primera mano”, cumplió su misión histórica y el pago superó a la deuda.
Cuanto orgullo saberse parte de esos cuadros, de esa empresa que acaba de cumplir 40 años, de dejar testimonio de que el periodismo sí mejora la sociedad, sí le ayuda a la gente, sí cumple una función social y cuando es veraz se convierte en historia.
Solamente un reproche a Francisco Javier Ruiz Quirrín: ¡se tardó mucho!. Ojalá que el próximo libro aparezca pronto, porque si de algo estoy seguro es que a esa pluma le queda mucha tinta.
Y no habrá más en esta ocasión. No se contamina con veleidades lo que se estima y aprecia.
La política, los comentarios y los tips, bien pueden esperar un día.

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–“Cada político y cada gobernante, cada persona que maneja poder en la vida pública o en el sector privado, es colocado en el lugar que alcanzó en la historia porque sus decisiones y acciones fueron más visionarias, más afortunadas, o de plano, el infortunio le acompaño porque no llegó a conocerse a sí mismo y sus defectos le dominaron”.
Parte del epílogo del libro “Testigo de primera mano”, escrito por el reportero Francisco Javier Ruiz Quirrín, director del semanario “Primera Plana”.

Gracias por su atención, hasta el jueves si Dios quiere. ¡Salud! (como en el estacionamiento)

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